sábado, 9 de abril de 2016

Teódulo... (Capítulo 10)

(10)



        -- ¡Teódulo va a vender la finca! – era el comentario generalizado de todos los del caserío principal. Eso significaba una pérdida para todos. Significaba que ya no se iría a la casa de Teódulo a disfrutar de aquellos parajes, sin par, ni en diciembre, para la visita del pesebre; ni en enero, para la Paradura del Niño. También, que ya no se disfrutaría de la hospitalidad de Teódulo y de Inés cuando se le hacía alguna visita, por invitación de ellos. La finca de Teódulo era considerada como de todos. Al igual que la Bodega de Ruperto. Eran como especies de patrimonio. Todos tenían derecho de opinar sobre ellas. Todos las consideraban como suyas. Podía cambiar la carretera. Incluso la capillita del caserío. Pero no la Bodega de Ruperto y la finca de Teódulo.
        Los días transcurrían. Con ellos las decisiones se ejecutaban. Teódulo definitivamente vendió su finca. Otro tanto hizo Ruperto: acabó con su bodega. Sus hijos que ya estaban graduándose tomaron la iniciativa de eliminar la bodega. Querían darle a Ruperto una mejor vida. Por lo menos, más descansada.
        Teódulo se mudó. Compró la casa de Elías. Inés estaba muy contenta. Ahora en el caserío principal. Los vecinos sintieron mucho la venta de la finca de Teódulo. Teódulo estaba viviendo, ahora, el “después”, al que no quería enfrentarse. Las circunstancias de la vida, los años, lo habían llevado a ese después. Comenzaron los achaques de salud de Teódulo. Cualquier mala brisa le daba gripe. Cualquier comida mal cocida lo enfermaba del estómago. Los días se le hacían eternos. No tenía mucho qué hacer durante el día. Estarse sentado sin hacer nada era mucho para él. El movimiento era su vida. No estar en movimiento físico era el principio de su fin.
        Los vecinos empezaron a notar un cambio en Teódulo. Enfermaba de nada y por cualquier cosa. Muchos comentaban que le había afectado la venta de la finca. Era así.
        Teódulo visitaba, desde entonces, con más frecuencia a Ruperto. Con él se sentía un poco mejor. Pero Ruperto se hallaba en la misma situación al tener que clausurar su bodega. La diferencia entre los dos, estaba, en que uno había tenido bastante, y el otro, apenas. El par de viejos se sentían necesarios el uno para el otro. Teódulo se sentía solo. Estaba casado, pero no más. Tenía hijos, pero no más. Ruperto, estaba casado, y se sentía acompañado. Su situación era distinta. Tenía hijos, y sentía que eran sus amigos, y se desvelaban por él en todo. Aquí había otra diferencia. Ruperto no había perdido prácticamente nada. No había cambiado nada por nada, o por otra cosa. No podía darse ese lujo. No tenía qué. Teódulo había cambiado parte del todo por la tranquilidad de los años viejos. Pero estaba y se sentía igualmente solo. Era, entonces, cuando Teódulo envidiaba a Ruperto. No sólo Teódulo. Los del caserío comenzaban a mirar a Ruperto como un hombre con mucha suerte. Lo ponían de ejemplo. – ¡Miren a Ruperto! – ¡Nunca tuvo nada y ahora lo tiene todo! ¡Pobre toda la vida, y ahora está tranquilo! ¡No le falta nada! ¡Tiene la riqueza de sus hijos y de su familia! Su familia no tenía nada, igualmente. Pero el hecho de que sus hijos poseyeran un título universitario, con tanto sacrificio y dedicación, en medio de sus muchas limitaciones, hacía que fueran vistos como ejemplos a imitar. Empezaban a abrirse camino. Poco a poco. Y sus situaciones comenzaban a mejorar. No tanto como hubiesen querido y deseado. Pero comenzaban. Y ya era bastante.
        A los hijos de Ruperto se les comenzaba a mirar con respeto. Tal vez doble. Con admiración. Ellos no lo sabían. Pero cuando hablaban de ellos hablaban de Ruperto. De su bodega. De los cochinos. De los chicharrones. De las morcillas. Ruperto sentía que los vecinos lo miraban, ahora, con cierta diferencia y deferencia. Y se sentía satisfecho. Tanto, para mucho. Había valido la pena. Comenzaban a cambiar las cosas para mejor.
        Teódulo, mucho para tan poco. Las diferencias de la vida. Sus achaques iban en aumento. Inés comenzaba a preocuparse. La alegría del principio de vivir en el caserío comenzaba a disiparse. Algo no andaba. Teódulo comenzaba a quedarse más seguido de lo acostumbrado en la casa principal. En la casa donde había vivido con Domitila. La diferencia era que ahora ya no tomaba miche.

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